VILLAMAYOR DE CALATRAVA

Historia de Villamayor de Calatrava. Ventana al pasado para entender el presente y afrontar el futuro de este pueblo del Campo de Calatrava.

23 octubre 2006

LA CANDELARIA



LA CANDELARIA, UNA FIESTA RELIGIOSA EN VÍAS DE RECUPERACIÓN

El año litúrgico o eclesiástico, dividido, como es sabido, en tres ciclos: Navidad, Pascua y Pentecostés, comprende la serie ordenada de fiestas religiosas que se celebran a través del año civil. El segundo ciclo o de Pascua suele comenzar el día 2 de febrero, festividad de la Purificación de Nuestra Señora, conocida también con el nombre popular de "La Candelaria". En este día la Iglesia Católica recuerda que al cumplirse el tiempo de purificación de la Virgen, es decir, a los cuarenta días después del parto, según la Ley de Moisés, la Virgen y San José llevaron a Jesús al Templo para presentarlo al Padre, como está escrito en la Ley del Señor: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor" y para ofrecer en sacrificio "un par de tórtolas o dos pichones", conforme a lo que se dice en la Ley del Señor, y , asimismo, recuerda la primera entrada de Cristo - la luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo de Israel- en el Templo de Jerusalén.

Villamayor de Calatrava, pueblo creyente y muy devoto de la Santísima Virgen, desde muy antiguo vino celebrando con toda solemnidad esta festividad, Sin embargo en el transcurso de las últimas décadas, dejó de celebrarse, aunque, en honor a la verdad, debo decir que desde el año pasado se encuentra en vías de recuperación, gracias a la buena disposición del vecindario y al deseo y esfuerzo personal del Sr. Concejal de Festejos, quienes, en definitiva, aspiran a incorporar de nuevo esta tradición al patrimonio festivo-religioso de la Villa.

Atrás quedan aquellos tiempos de nuestra infancia en que cada año, el día primero del mes de febrero, víspera de La Candelaria, era una fiesta para la chiquillería local. En esa fecha la mayoría de los niños varones con edades superiores a los seis u ocho años hacíamos "novillos", es decir, no asistíamos al Colegio. Nos reuníamos todos en el lugar y a la hora fijados la noche anterior, provistos de nuestro correspondiente cencerro, campanillas o cencerras atados a la cintura, y capitaneados por mi querido, ya fallecido, amigo y compañero en el Magisterio, José Quejigo Espinosa, empezábamos a dar la "Cencerrá". Esta consistía en recorrer todas las calles y plazas del pueblo para anunciar al vecindario, con el tosco tañido de nuestros cencerros, la proximidad de la festividad de La Candelaria. Al llegar a las esquinas estos instrumentos musicales enmudecían y era entonces cuando se establecía en voz alta, mejor gritando, un diálogo entre el "Jefe", que preguntaba, y los que le acompañábamos, respondiéndole con el mismo tono de voz. Éste era, texto:

"¿Quién se casa?
¡La Candelaria!
¿Con quién?
¡Con San Blas!
¿Qué le van a regalar?
¡Una bacinilla para mear!"
.

Después, al grito unánime de ¡¡Que siga la cencerrá!! Iniciábamos de nuevo la marcha hasta llegar a otras esquinas donde se repetían las mismas frases. Así hasta la hora del mediodía, que nos retirábamos a nuestros domicilios para reponer fuerzas e inmediatamente, en pandilla, trasladamos al Cerro del Tesoro o del Aljibe donde nos dedicábamos a encender lumbres de leña seca; subir y bajar por la Escalerilla de los moros; montar en la camioneta (figura imaginativa labrada por la erosión en una peña del lugar); cantar y jugar en los rasos existentes cerca de la Algibe; beber agua en ese manantial natural, ... y al final, cortar leña del monte para bajarla en haces a la Glorieta de la Iglesia, donde por la noche encendíamos nuestra propia y modesta lumbre o "candelicio", pero, eso sí, allí no había dulces ni aperitivos ni bebidas. Imperaba, pues, el ayuno y la "ley seca". ¿Por qué sería?. No ocurría lo mismo en aquellos otros candelicios que, cada año, por oferta a la Virgen, "echaban" distintos vecinos de la localidad. Independientemente de los gastos, que de por sí, eran cuantiosos, el cumplimiento de esta promesa religiosa exigía a los miembros de la familia oferente gran dedicación y trabajo si se quería obtener el éxito deseado. Así que el cabeza de familia, ayudado por sus hijos varones, amigos y familiares, tenía que dedicarse a transportar ramas y troncos procedentes de la poda de los olivos y encinas o la leña previamente extraída de las matas y arbustos que cubren los zonas montuosas del término municipal, y que iba apilando en la puerta de su domicilio para ser quemada esa misma noche en el centro de la calle, donde era ubicado el candelicio. También era el encargado de hacer abundante "limoná" y de tostar garbanzos, almortas y habas que habían de servir de aperitivo durante toda la noche a los asistentes. La esposa, igualmente ayudada, era la encargada de hacer los dulces o frutas de sartén: rosquillos, barquillos (allí los llamamos bartulillos) y flores con los que se obsequiaban a los invitados y a todo aquél que lo deseara. Tanto las bebidas como los aperitivos y dulces eran colocados en el patio o habitaciones situadas al fondo de la casa para evitar tropiezos y molestias. Todo preparado y llegada la hora de iniciar el cumplimiento de la promesa, el padre o su representante abría de par en par las puertas de su domicilio (señal inequívoca de que con ello, esa noche, ofrecía su hospitalidad y el buen deseo de poder invitar a todas las personas que visitaran su casa) y a continuación se dirigía lentamente, en silencio, y con devoción - quizá para dar las gracias a la Virgen por haber atendido sus peticiones- al lugar donde estaba situada la hoguera o candelicio para prender el fuego. Con ello, la fiesta acababa de comenzar. Esa noche el mocerío bullía sin cesar por todas las calles para visitar cuantas luminarias había; degustar la limonada con los aperitivos que eran ofrecidos y divertirse dando o recibiendo "pimporros", costumbre típica de la localidad que consiste en agarrar por los hombros - tal y como recoge la instantánea- a otra persona de distinto sexo, proporcionándole, por sorpresa, un golpe ¿suave? con la rodilla en su trasero. Si te descuidabas también lo podías recibir de las mujeres casadas y viceversa. De ahí que todos procurábamos estar de espaldas a la pared. Lo más comprometido era pasar por el portal de la casa, en el que, de igual modo, estaban las mozas y casadas preparadas para el asalto si es que te arriesgabas a llegar hasta el lugar del ágape. Esta costumbre atraía a muchos forasteros.

La liturgia del día de la Purificación consistía, primeramente, en presentar a la Virgen colocada en sus andas cerca de las gradas del Evangelio, ya con el Niño en sus brazos, vestido con rajillos o traje de bautizo. En una mesa colocada al lado del Altar eran depositadas la tarta y una pareja de pichones de ofrenda, regalos que eran bendecidos por el Sacerdote antes de la lectura del Evangelio de la Misa; el importe de las papeletas vendidas para la rifa de tales regalos, y, además, en ocasiones, la recaudación en metálico era promesa personal de salir a pedir limosna a todos los vecinos de la localidad. Sobre las diez de la mañana daba comienzo la procesión de las candelas, que, previamente, eran asperjadas e incensadas por el celebrante, cuyo recorrido era alrededor de la iglesia. Lo deseable era llegar a la Parroquia con las velas encendidas, pero no siempre era así. De ahí el refrán antiguo cuyo sentido es bien conocido: Cuando la Candelaria plora, el invierno es fora; cuando ni plora ni hace viento, el invierno es dentro, y cuando ríe, quiere venire. Por último, al regreso, los fieles reunidos en torno a su Virgen del Rosario oían la Santa Misa para darle las gradas por todo lo recibido y hacerle nuevas peticiones.

Después de la Misa se sorteaban la tarta y el par de pichones para conocer quién o quiénes eran los agraciados. ¡Que siga... la tradición!. Digo yo.

Publicado por Justo Callejas Rodríguez en el Diario "Lanza" el viernes, 29 de enero de 1999, en su página 4.