Gracias a la amabilidad de D. Mariano Rabadán Ruiz, pregonero de las fiestas de septiembre en honor a Jesús de Nazaret, a continuación os proporcionamos el texto íntegro del pregón de este ilustre personaje, Doctor Jefe de la Unidad de Urología del Hospital de La Princesa de Madrid, que ha vivido en Villamayor de Calatrava y que nos lleva en el corazón:
PREGÓN DE FIESTAS DE VILLAMAYOR DE CALATRAVA.- 2010
Excma. Sra. Alcaldesa, señoras y señores concejales, vecinos, amigas y amigos todos:
Quisiera comenzar este pregón agradeciendo al pueblo, en la persona de nuestra alcaldesa, el honor de habérmelo encomendado, hecho que ha sido para mí motivo de orgullo y de reconocimiento. De orgullo, porque me honro con pertenecer al grupo manchego de los churriagos. De reconocimiento porque, aun no habiendo nacido aquí, de aquí me he considerado y, lo que es más importante, de aquí habéis querido considerarme también, pues en verdad en esta tierra y en este pueblo están mis raíces familiares y afectivas, que, como las de los buenos árboles, son robustas y poderosas.
Ello se lo debo a mis abuelos: al médico Manuel Ruiz y a su buena esposa Carmen; a mi madre, Trinidad, tan recordada y querida, que, repitiendo conducta, fue a casarse con Mariano, mi padre, también médico y madrileño; a mis tíos: Felisa y Fermín; a Manuel –Don Manolito— médico pediatra y su mujer Carmen; y a Luisa y Victorino. En Luisa es en quien sobrevive nuestra familia con sus más de 90 años. De la mano de todos ellos y de los vecinos churriagos (a quienes ahora evoco) empecé a conocer y a amar este pueblo. De aquella pareja original los Ruiz – Úbeda y de sus cuatro hijos, hoy día somos 18 vástagos en tercera generación, 42 en la cuarta y 9 en la todavía incipiente quinta.
Con mis abuelos y tíos aprendí la historia de Villamayor de Calatrava, su geografía, los regalos de su tierra y lo que en otros tiempos había permanecido oculto dentro de ella. Hablo de las cercanas minas de San Quintín, de su agricultura de secano y de lo que fue antaño florecientes industrias de paños. Hablo también de la riqueza de sus gentes, agrupados en cofradías, de su gastronomía excelente y ya mencionada en el Libro de Montería de Alfonso XI. Hablo, naturalmente, de la viticultura tradicional de la comarca, sabiamente ponderada por Cervantes, quien, contradiciendo el refrán que dice que “el vino que es bueno no ha menester pregonero”, nunca dejó de mencionarlo y ponderarlo, como prueba la opinión, sabia en su retranca humorística, que “tanto alababa el vino que lo ponía por la nubes, aunque no se atrevía a dejarlo mucho en ellas porque no se le aguase”. En esta sentencia la ironía servía para confirmar la bondad del caldo y ha sido un lema tan apropiado por todos como el propio nacimiento y origen del protagonista de la historia, ese infatigable Caballero que estos campos recorrió. Pero ya puestos, no debemos olvidar al otro genuino hombre de la tierra, como es el bueno de Sancho Panza, quien, en ameno y divertido coloquio con otro escudero, notó que se le secaba la boca, y halló el remedio en una bota de vino y, “empinándola, puesta a la boca, estuvo mirando las estrellas un cuarto de hora…” y al terminar alabó el caldo, preguntando precisamente: “Pero dígame, señor, … ¿este vino es de Ciudad Real?”, a lo que el otro respondió, como mérito anticipado de denominación de origen: “En verdad que no es de otra parte y que tiene algunos años de ancianidad.” (II, XIII)
Este histórico municipio, valeroso y leal, religioso y guerrero, cuna de Cofradías y sede de hidalgos y caballeros, ha sabido bien aunar el orgullo y el esfuerzo. Su seno guarda el calor del Cerro del Morrón y de Cabeza Parda y el fresco del Tirteafuera, de las hermosas lagunas de Doña Elvira y Perabada. También supo soportar otras épocas, más duras y desoladas, sombreadas por la emigración ingrata, en gran parte ya superada, pero que nunca tendremos que echar en olvido.
Pero hoy, como agradecido autor de este pregón, quisiera compartir con vosotros muchos recuerdos que, a lo largo del tiempo, han consolidado los vínculos afectivos con esta tierra y sus gentes. Así, en las largas vacaciones de mi infancia, conviví en ella con todos mis primos, sobre todo con Manolo Murillo, y con mi amigo Luis Migallón, ambos mayores que yo, con lo que esa circunstancia implicaba para un niño de 10 años, siempre acogido a la entrañable protección de mi tía Felisa.
De entonces datan mis primeras experiencias ligadas al conocimiento de la Naturaleza y de la Vida. Supe cómo se apareaban los animales y cómo parían sus hembras. Aprendí a montar en burro, en bicicleta, a jugar al fútbol, tuve que ir a por agua, con los cántaros en el burro, a la fuente pública. Aprendí las tareas del campo, a segar, a rastrillar, a recoger patatas y aceitunas, a hacer el aceite, a vendimiar las uvas, a ver cómo se hacía el vino. Aprendí entones, con todo ello, la dureza de un trabajo que nunca conocía límites ni término y que tampoco entendía de libranzas ni de asuetos. Aquí viví también mis primeras fiestas: San Antón, la Virgen del Rosario, San Isidro y esta fiesta de Jesús de Nazaret…, y mi iniciación al baile con ocasión de ellas. Y, con permiso de María Cristina, mi esposa, aquí presente, mis primeros amores.
Sobre toda esta experiencia tan anudada a mi vida puntean las sensaciones. La memoria caprichosa selecciona la vista del pie de monte, los quejigales, la jara, el tomillo, el romero y la retama; el olor del monte duro y el más suave del valle del Tirteafuera, la humilde cebada y el trigo rubio. Y los olores, evocadores de la infancia feliz, siempre presente: el olor familiar de la matanza, el aroma suave del pan blanco, de las rosquillas y de las magdalenas, del pan con aceite y azúcar de la merienda; el olor fresco de los melones, de las sandías, y hasta el olor menos grato y poético de la correa del abuelo. Y los sabores finalmente: del pisto, del asadillo, de las migas, del moje y de la caldereta…
Pero, queridos amigos, dejémonos de nostalgia. Quisiera terminar este pregón volviendo a la actualidad y a la alegría de las fiestas, que son los momentos para participar y convivir. Con mis palabras hago mía la llamada a asistir a los bailes y a las corridas, a los encierros, desfiles y procesiones, a los conciertos y homenajes, en suma, a repetir y actualizar las tradiciones que hemos heredado y que nos dan, año tras año, el sentimiento de pertenencia a esta tierra y a este pueblo. Y para terminar ya del todo, permitidme una licencia: son unos versos sentidos, a modo de colofón. Dicen así:
A mis vecinos churriagos
he de darles la razón:
porque como grande villa,
buena gente y buena fama,
no hay otra tal maravilla
en tierras de Calatrava
donde se trate a la gente
con cariño y corazón.
Aprovechemos sus fiestas,
busquemos la diversión,
el buen yantar y el beber,
gentes de Villamayor.